miércoles, 21 de octubre de 2009

...HISTORIA DE LA PESTE NEGRA...




La peste negra fue una devastadora pandemia que asoló Europa en el siglo XIV y que, se estima, causó la muerte de cerca de un tercio de la población del continente europeo. La mayor parte de los científicos cree que la peste negra fue un brote de peste bubónica, una terrible enfermedad que se ha extendido en forma de epidemia varias veces a lo largo de la historia. La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis que se contagia por las pulgas con la ayuda de la rata negra (Rattus rattus), que hoy conocemos como rata de campo.

La mayor pandemia del siglo XIV comenzó quizá en algún lugar del norte de la India, probablemente en las estepas de Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles. La peste llegó a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (actual Teodosia) fue asediada por los mongoles. La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad (si bien la enfermedad no se contrae por contacto con los muertos).

Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia, alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaban las costas. Desde Italia la peste se extendió por Europa afectando a Francia, España, Inglaterra (en junio de 1348) y Bretaña, Alemania, Escandinavia y finalmente el noroeste de Rusia.












La crisis de los siglos XIV y XV: A finales del siglo XIII, Europa había llegado al límite del modo de producción feudal: era cada vez más difícil alcanzar el equilibrio entre producción de alimentos y población. En el caso de los pueblos hispanos, el esfuerzo militar y repoblador de la llamada Reconquista había sido inmenso, el avance territorial excesivamente rápido, etc. De este modo, en el siglo XIV se rompe el precario equilibrio de todos estos elementos y se produce una crisis, que es general en toda Europa. Esta crisis del siglo XIV se considera, desde el punto de vista historiográfico, como la muerte de la Edad Media y el surgimiento de estados modernos. En Europa Occidental se configura la formación social conocida como Antiguo Régimen, caracterizada por una economía en transición del feudalismo al capitalismo, una sociedad estamental y unas monarquías autoritarias que evolucionan hacia monarquías absolutistas. El feudalismo no desaparece, aunque sí cambia para sobrevivir hasta el fin del Antiguo Régimen, en el siglo XIX.

Sólo en Inglaterra los cambios se produjeron en una dirección peculiar, apareciendo una burguesía muy poderosa asociada a un comercio y a una industria muy innovadora que dará a este país una ventaja de casi un siglo en todos los aspectos respecto a Europa.

Hay que prevenir que la crisis es muy amplia y complicada y que afecta a todos los aspectos de la Edad Media (económicos, políticos, sociales, culturales) sin que se pueda decir que uno de esos puntos haya desencadenado la crisis en los demás, más bien se imbrican unos fenómenos con otros. Durante el siglo XIV la crisis fue global, mientras que durante el siglo XV puede decirse que hay una recuperación económica y demográfica, pero persisten la crisis política y la social.


Crisis y recuperación agraria [editar]Una de las causas de la crisis agraria puede ser la disminución de la cosecha de cereales que sería, a su vez, consecuencia -por ejemplo- del periodo de malas condiciones climatológicas persistentes (sequías, lluvias a destiempo, agotamiento de los terrenos, crisis de subsistencias...). Desde el año 1301 comienza a hablarse de los «malos años»:

[...] fue en toda la tierra muy grand fambre; é los omes moriense por las plazas é por las calles de fambre, e fue tan grande la mortandad en la gente, que bien cuidaran que muriera el cuarto de toda la gente de la tierra; e tan grande era la fambre, que comían los omes pan de grama..." (Crónica de Fernando IV)
Textos de este tipo se repiten a lo largo de todo el siglo XIV, recogidos en las diferentes cortes de todos los reinos peninsulares. Quizá una de las más duras sea la de 1333, que los catalanes bautizaron como «lo mal any primer», pero sobre todo la hambruna de 1343, ésta bautizada por los valencianos como «any de la gran fam», que, sin duda, preparó la llegada de la Peste negra. Paradójicamente, la gran mortandad de la pandemia disminuyó la incidencia de las hambrunas; a pesar de lo cual, en 1374 todavía el episodio se repitió en «la segona fam».[3]

No obstante, la situación del pequeño y mediano campesino no fue tan precaria como pudiera parecer. Aunque todo indica que fueron quienes más sufrieron la crisis, y (de hecho) algunos sucumbieron, ya que tenían menos medios de defensa y estaban más indefensos frente a la inflación y al alza de la presión fiscal, los datos conservados indican que la pequeña propiedad libre, los llamados alodios, consiguieron aguantar y subsistir en proporciones considerables.[4]

Por su parte, los campesinos más pobres, que huían de sus tierras, se juntaban en bandas de mendigos y bandoleros, o se refugiaban a las ciudades, quedándose con los trabajos peor remunerados, al no tener cualificación gremial alguna. Los concejos pideron a los monarcas que se rebajase la presión fiscal ante la imposibilidad de pagar las tasas. Como consecuencia, el campo sufrió una drástica reestructuración: los cultivos, los bosques, los yermos... Los propietarios cambiaron, los nobles, el clero y la oligarquía urbana se apropiaron de numerosas tierras y, a menudo, recurrieron a los "malos usos" para evitar la fuga de campesinos.[5] Junto a la reacción más retrógrada de ciertos aristócratas, los más avanzados optaron por formas de explotación más efectivas: el arrendamiento, la aparcería, la parcelación y el adehesamiento. Pero, lo único seguro es que, salvo en Andalucía, desaparecieron los grandes territorios con monocultivo cerealista.

Es, precisamente, en este periodo cuando se configura el tradicional paisaje agrario peninsular, coincidiendo con la Recuperación. En la Meseta la principal actividad económica sigue siendo el cereal, aunque la aparición de lugares destinados al ganado, los nuevos sistemas de explotación y los despoblados, trocean el paisaje. Pero, al mismo tiempo, surgen grandes regiones de especialización vitivinícola, en el valle del Duero, en La Rioja y en Andalucía, sobre todo. También en Andalucía, pero a finales del siglo XV, comienza a crecer el cultivo del olivo (sobre todo en el Aljarafe), fenómeno que se repite en Cataluña (Urgel, Tarragona, Ampurdán) y en los alrededores de Zaragoza (Cinco Villas). La mayor presencia de moriscos y payeses con gran iniciativa, favoreció una amplia renovación de la agricultura en la Corona de Aragón, además de la de horticultura intensiva, en la franja que va desde Barcelona, hasta Alicante y Murcia se ven plántas tintóreas, moreras para la seda, azafrán, caña de azúcar y arroz, el cual aumenta en los marjales de Murcia, Castellón y Valencia justo después de la Peste negra.

Crisis social [editar]
¡ Y los pobres lacerados
mostrar las carnes al cielo,
andar los desventurados
hambrientos, avergonzados,
teniendo por cama el suelo![10]Las dificultades afectan sobre todo a la masa social, incapaz de hacer frente a las penurias y al alza de precios. La reacción suele ser la desesperación, provocando desórdenes sociales o el refugio en lo trascendente. Hay un ambiente general muy tenso, los grupos sociales toman conciencia de su identidad y luchan encarnizadamente entre sí. Por un lado, están los problemas étnico-religiosos y por otro las luchas entre diferentes comunidades sociales. Los poderosos, que también sufrieron los rigores de la crisis, aprovecharon las circunstancias para presionar aún más a los grupos más indefensos y reforzar su posición en la sociedad. Para ello desempolvaron antiguas costumbres feudales, ya olvidadas por lo duras que resultaban, es lo que denominamos malos usos señoriales o malfetrías.

En general, los males se achacaban a algún tipo de castigo divino, es como si los cuatro jinetes del Apocalipsis se cernieran sobre la Tierra, lo que exacerbó la religiosidad popular, la superstición y el fanatismo. Por un lado, proliferan las rogativas y las misas, las procesiones de disciplinantes, vestidos con harapos, flagelándose y pidiendo perdón a Dios al grito de poenitentiam agite. Por otro, se produce una creciente tendencia a refugiarse en lo trascendente, a la búsqueda de respuestas en otra parte, desconfiando de la Iglesia; el caso más extremo (y en España muy minoritario) es la pérdida de confianza en la propia religión: la recuperación de la idea del Carpe diem, fielmente reflejada en el Decamerón de Bocaccio. Curiosamente, ambas concepciones, eso sí, más meditadas teológicamente (la del arrepentimiento y la que desconfía de la Iglesia), acaban uniéndose en la futura Reforma Luterana.

En cualquier caso, predominan las explicaciones supersticiosas y llenas de prejuicios, como quienes propusieron que un cometa envenenó el aire; pero la mayoría echó las culpas a las minorías no cristianas: moriscos y, sobre todo, judíos.

En otro orden de cosas, sin que trate de lleno a la península Ibérica, es imprescindible citar el Cisma de Occidente, ocurrido a raíz de la vuelta de los papas de Aviñón a Roma, en el año 1378. Secundariamente, la Corona de Aragón se vio involucrada, al ser nombrado papa el aragonés Benedicto XIII, también llamado el Papa Luna, que fue atacado y sitiado en Aviñón en 1403. No obstante, su cuñado, el rey aragonés Martín el Humano, le salvó y le dio refugió en Peñíscola, hasta su muerte. Tras el acuedro del Concilio de Constanza de deponer a los dos papas rivales, el de Roma, Gregorio XII, y el de Aviñón, Benedicto XIII, para nombrar a un tercero, Martín V, en 1417. El Papa Luna se negó a aceptar su destitución, manteniéndose en sus XIII.






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